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Financiarización 2.0.: de la banca a la empresa







Paul Samuelson, premio Nobel de Economía, que consideraba a la economía como la más antigua de las artes y la más moderna de las ciencias sociales, sabía , como crítico del neoliberalismo, que, dependiendo de su uso, las actividades humanas - economía, tecnología, medicina, ingeniería, religión, política, … - y hasta los más nobles sentimientos- no siendo neutras, pueden dar lugar a situaciones dantescas.  



A partir de los años ochenta del siglo pasado, con origen en la liberalización de los mercados de capitales auspiciada por la alianza Thatcher- Reagan, emergió a nivel mundial una variante del capitalismo: la llamada financiarización de la economía, es decir, la sumisión de la economía al sector financiero. ¿Cómo se manifestó? En el dominio en los mercados de la economía especulativa frente a la economía tradicional; en el predominio de la economía financiera frente a la economía industrial, agrícola o de servicios; en la superioridad de la economía virtual sobre la economía real. Originada, por tanto, en los países anglosajones a consecuencia de la crisis de la sobreproducción o del subconsumo, tuvo su desarrollo en años posteriores a nivel mundial, en principio circunscrita al ámbito bancario: la titulización, los derivados, los swaps, la ingeniera financiera, … Y sabemos cómo concluyó la fiesta.



Desde hace un tiempo se ha mutado al mundo de la empresa. Maticemos también, por decirlo todo, que afortunadamente la financiarización 1.0 no afectó a todo el sistema bancario, ni la 2.0 afecta a todas las empresas. No obstante, en general , la actual versión se caracteriza, por su visión cortoplacista, su obsesión enfermiza con la TIR (la tasa de retorno de la inversión), su vocación de operar en mercados poco regulados, la despreocupada ignorancia respecto al servicio que se presta o al bien que se ofrece, el desprecio hacía el resto de los stakeholders (grupos de interés), la deslocalización de sus matrices ubicadas en opacos paraísos fiscales, el diseño mercantil de laboratorio, el apalancamiento (endeudamiento) creciente, la tentación a la contabilidad creativa, la reinversión de los beneficios en activos especulativos….


Parecía que habíamos dejado olvidadas en un cajón las recetas de Friedman, las del neoliberalismo y la Escuela de Chicago, que defendían – y no había pega en concederles el premio Nobel de Economía- que la única responsabilidad social de una empresa era dar valor al accionista. Parecía también que últimamente la tendencia era que la empresa respetaba y atendía, al menos para no chirriar en RSC (Responsabilidad Social Corporativa), a todos sus grupos de interés (accionistas, trabajadores, clientes, proveedores, bancos, administraciones públicas, la sociedad, el planeta), buscando el equilibrio con compromiso, justicia y sentido común. Ahora, siguiendo movimientos pendulares, volvemos en este mundo globalizado a empresas que son capaces de conjugar su menor compromiso social con su mayor agresividad mercantil.

Tradicionalmente las empresas las creaban empresarios y las dirigían o bien ellos mismos o bien directivos con mentalidad empresarial, basados, últimamente al menos, en estos principios: el logro del beneficio (económico, social y ambiental), la visión a largo plazo (la continuidad de la empresa en el tiempo), el servicio a todos los grupos de interés, el comportamiento ético y la defensa del alma de la empresa. En el nuevo paradigma, la tendencia es que las empresas se dirijan por criterios estrictamente financieros, sin vinculación especial ni con el territorio ni con otros grupos de interés; ahora el maridaje es sólo con el beneficio neto ó más exactamente -ya que es más tangible y menos etéreo- con el cash (el dinero que hay en caja) ; claro que mientras este exista, luego ya veremos.

La financiarización, sea bancaria ó sea empresarial es lícita, su base es la maximización del beneficio, genera de entrada trabajo y riqueza y todos cuando invertimos en algún activo financiero queremos obtener rentabilidad. Pero no sale gratis: la desigualdad y la pobreza crecen y las crisis financieras y las recesiones se hacen inevitables y recurrentes.

Sería conveniente que sin incurrir en el intervencionismo se pudiesen regular con criterios éticos los mercados y desapareciesen los intocables paraísos fiscales. Pero dejando aparte utopías y a nivel ciudadano, ¿qué podemos hacer? Por una parte, una confrontación de valores con efectos a medio-largo plazo: frente a los “valores” preponderantes -auténticos becerros de oro de la sociedad actual- postular genuinos valores nobles; en lugar del dinero como tótem, la ética como estandarte (un pequeño guiño, el último Nobel de Economía ha premiado los estudios para aliviar la pobreza); en vez de la competitividad exacerbada, la cooperación y el respeto; en lugar de la fama a cualquier precio, la humildad; en vez de cumplir de cualquier manera, el amor por el trabajo bien hecho; en lugar del éxito rápido, el aprecio del esfuerzo; en definitiva frente a financiarización 2.0, valores 4.0. 

Y de momento, con efectos inmediatos, intentar tratar (comprar, vender, trabajar) con organizaciones que, atendiendo a todos sus grupos de interés, tengan personas, de carne y hueso, motivadas, orgullosas y enamoradas de ellas. ¿Será todo esto también una quimera?

Mikel Etxebarria Dobaran

Publicado en EC El Correo y en El Diario Vasco el 4 de enero de 2020







Comentarios

  1. Gracias por el artículo, totalmente de acuerdo., a mi personalmente me cuesta mucho sobrevivir en estos tipos de empresa de resultado a corto plazo pasando por encima de todo.,pero es lo que hay. Con lo divertido que es "cuidar" Ctes y Balances y crecer.. Todo es lícito pero no a cualquier precio, al menos es mi humilde opinión

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  2. Muchas gracias, Maite, por tu atención y comentarios, que sirven para saber si uno es leído e incluso comprendido. Que tengas buenos Reyes Magos. Un abrazo.

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