No están los tiempos como para alardear
que uno es economista. Dicen además que
es la única disciplina dónde se puede obtener el Premio Nobel desde posiciones
contrarias. No obstante, a raíz de la lectura veraniega de la monumental
biografía sobre Keynes realizada por Robert Skidelsky, he rememorado al gran
economista retrotrayéndome en el tiempo. En el último quinquenio de los años setenta
los que pisábamos las aulas de la Facultad de Sarriko , tuvimos, además de las
habituales y descorteses visitas de unos señores grises por fuera y por dentro,
sus primeras referencias. Recuerdo al entonces decano y catedrático de Teoría
Económica , el malogrado Fernando de la
Puente , alias “el pela”, ó “el peseta”, con su oratoria encendida (provocaba
dolores de cabeza), defendiendo airadamente que “su facultad” no era de
Ciencias Euskerikas (ante el intento de organizar clases de euskera),
introducir en nuestras mentes
adolescentes, ya excitadas tanto por temas hormonales como políticos, los
debates entre las economías clásica y keynesiana y advertirnos, siguiendo al
maestro, que “los hombres prácticos, que se creen libres de influencias,
acostumbran a ser esclavos de algún economista difunto”.
Curiosamente, John Maynard Keynes
(1883-1946), el más influyente economista de la historia, nunca se licenció
en Economía. Sus intereses eran filosóficos y morales. Se licenció en Ciencias
Morales, realizó un trimestre de trabajo de posgrado con el catedrático de
Economía, Marshall y sobre todo aprendió, como nos pasa a todos, y como Picasso
diría que llega la inspiración, trabajando. Era un liberal. Es decir, ni
defensor del tradicional “laissez faire, laissez passer” ni valedor del dirigismo económico estatista. Ni conservador ni marxista. Ni reaccionario ni revolucionario. Criticó
la economía planificada centralizada, dijo aquello de que “la lucha de clases
me encontrará en el lado de la burguesía educada” y respetaba a la empresa
privada. Sus aportaciones se hacen en un contexto europeo de ruptura de
sociedades democráticas, tanto por parte de los fascismos (Alemania, Italia,
España,….) como de los comunismos (Rusia,…), con guerras y crisis , propugnando
el intervencionismo en el mercado (con impulso de la inversión pública) como
mal menor y medida de ajuste cortoplacista (a largo plazo todos muertos, decía).
Pretendía que el sistema de mercado
funcionara mejor, no destruirlo, intentando completar la mano invisible del
mercado con la visible del gobierno.
Era, sobre todo, un pensador
polifacético. Quizá fruto tanto de sus antecedentes familiares universitarios
como de su formación, con becas siempre, en la prestigiosa Eton y en Cambridge.
Su interés no sólo era en el campo financiero, aunque a nivel personal fuera un
arriesgado especulador bursátil que se arruinó varias veces (con su familia y
amigos) y logró recuperarse con creces. Le gustaba la pintura, fue gran
coleccionista, quizás porque tuvo un amante pintor, Duncan Grant. También la
danza, la opera y el teatro, posiblemente influenciado por su esposa, la
bailarina clásica rusa Lydia Lopokova. Le inspiraba la filosofía ética de Moore
que buscaba el amor, la belleza y el conocimiento. Y formo parte muy activa de
los grupos de debate más selectos, la Sociedad Literaria de Eton, la Sociedad
Conversazione de Cambridge, más conocida como los Apóstoles y su extensión en
Londres con la creación del grupo de intelectuales y artistas Bloomsbury, en los que coincidía con Bertrand
Russell, G.E. Moore, Virginia Woolf, Robert Graves, Ludwig Wittgenstein……. Lo
que si tenía aversión era a ser político, a pesar de ser tentado continuamente.
Se “limitó” a ser un asesor-funcionario muy influyente del Tesoro al servicio
del gobierno de turno, un profesor universitario para goce de sus alumnos y
sobre todo un provocador articulista y escritor.
Siendo contrario al castigo económico a
Alemania por los daños causados en la I Guerra Mundial, profetizó, acertando
por desgracia, conflictos importantes. Surgió el nazismo y la II Guerra
Mundial; como consecuencia, defendería la idea de que era la estupidez más que
la maldad la que arruinaba al mundo. Prefería hacerse entender a hacerse el
entendido y no tenía reparo en cambiar de opinión si los hechos variaban.
Churchill se lamentaba de que cuando pedía la opinión a tres economistas
recibía tres argumentos distintos, salvo
si uno era Keynes ya que entonces eran cuatro.
Respecto a la crisis actual, el culto a
la austeridad ha “olvidado” algunas sus aportaciones más importantes. Que
cuando el crédito es escaso, recortar la
inversión pública (no el gasto corriente) hunde a la economía en una profunda
recesión. Que la economía debe dejarse en manos de especialistas, como la
odontología. Que los problemas complejos no requieren necesariamente soluciones
drásticas. Y sobre todo, que el problema central no es económico sino moral.
Una anécdota cercana. Su padre y él mismo
eran muy aficionados a un juego con ciertas similitudes a nuestra esku pilota,
el fives, que en el colegio tendría la versión, que se jugaba con guantes,
denominada “ Eton fives”. También jugó a una especie de fútbol primitivo
conocido como Eton football, aunque, como no fue un ingles que vino a Bilbao, no participó como
sus compatriotas Evans, Langsford ó Cockram, en el incipiente Athletic.
En definitiva Keynes, fue un brillante
economista (padre de la Teoría Macroeconómica, impulsor del Estado de
Bienestar, muñidor de los Acuerdos de Bretton Woods , creador del FMI ),
políticamente liberal (cercano al Partido Liberal, que consideraba el de la inteligencia), y un
gran intelectual . Como dice Skidelsky, vivimos bajo su sombra, no porque su
legado haya sido asimilado, sino porque está (como en los tiempos de Sarriko)
todavía en debate. Seguramente como entusiasta de las paradojas (su más famosa
es la del ahorro) le haría gracia su propia paradoja, que siendo considerado el
economista del “cortoplacismo” y estando difunto, sigue vivo y a “largo plazo”.
Mikel Etxebarria Dobaran.
Publicado en Deia y en Noticias de Gipuzkoa y de Alava el 18 de septiembre de 2013
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