Siempre he sido un tanto escéptico, pero creo que con la edad, acabo de cumplir años, estoy perseverando en ello. Y agradezco a mi buen amigo y tocayo Miguel Rull, que sin querer, me haya dado el titular que voy a desarrollar.
Creo que los símbolos son importantes.
Pueden servir para expresar sentimientos, pensamientos e ideas, unir a los
pueblos, representar cuestiones artísticas, culturales, religiosas, deportivas,
políticas, etc. Y también, como manifestación de la bipolaridad que se
contempla en casi todo en esta vida, pueden servir para ningunear, humillar,
odiar o maltratar al diferente. Por desgracia, ejemplos múltiples ha dado la
historia, de una cuestión y de la otra. También es cierto que cuando los símbolos
propios son atacados, prohibidos o perseguidos por terceros sirven de acicate
para la defensa de la idiosincrasia propia y de aglutinante y de unión ante el
enemigo exterior. En este sentido dentro de la simbología ocupan un destacado
papel las banderas, con su múltiple variedad, sea política, deportiva o
cultural. Y “aunque en el mundo no hay
mayor pecado que el de no seguir al abanderado”, como cantaba Paco Ibáñez siguiendo a George Brassens, una bandera es, en principio, una pieza de
tela, que usaban los señores feudales, entre ellos nuestros jauntxos, oñacinos
y gamboinos, en ambientes bélicos, para que se diferenciaran sus linajes; de
ahí lo de bandos y banderizos.
Uno, que ha convivido hasta su juventud con
el franquismo, recuerda dos cosas sobre este tema. Por una parte, algo que aun
me perdura, el absoluto repudio (ya lo siento, pero es algo, incontrolable) a
ver juntos el color rojo y el amarillo, no solo en banderas, en la catalana
también, sino en cualquier cosa, incluyendo los juguetes de los niños, que
cuando mis hijos eran pequeños tenían (¡vaya por Dios ¡) esos colores en
exclusiva. ¡Quizás es que no se deba forzar a nadie a amar algo que ha sido utilizado
como símbolo por la represión¡. Por otra parte, ¡ lo que costó que nuestra
ikurriña fuese, incluso muerto el dictador, legalizada¡. Hasta un ministro
franquista, reconvertido en demócrata ( ya lo era orgánico) de toda la vida,
dijo que no se lograría sin pasar por encima de su cadáver. Afortunadamente no
ocurrió eso, ya que entre otros, Iribar
y Kortabarria, capitanes del
Athletic y Real, con su osadía, coadyuvaron a que la legalización se logrará.
Pues bien, aunque solemos decir, y puede que suene a bilbaínada, que el pueblo
vasco no data, la ikurriña fue creada por los hermanos Arana en 1894. Hace
menos de 125 años. Ahora bien, la bandera de colores rojo, amarillo y rojo
comentada anteriormente y que representa a un Estado que para algunos tampoco
data, fue oficialmente instaurada no mucho antes, en 1843 y además en la II
República se utilizó una bandera tricolor sustituyéndose en su franja inferior
el rojo por el morado.
La bandera norteamericana, símbolo por
excelencia de U.S.A., exhibida sin recato hasta en los lugares más
insospechados, no existía cuando se declaro la independencia y es, en su actual
versión de 50 estados, de 1958.
Los colores rojiblancos del Athletic,
algo muy serio para un forofo como yo, tienen su origen en la compra que hizo
el bilbaíno Juan Elorduy, estudiante
de Ingeniería de Minas en Madrid y jugador del filial Atlético de Madrid, en la
Navidad del año 1909, cuando encargado por el Athletic de adquirir en Londres,
donde el joven adinerado estaba de vacaciones, camisetas azules y blancas, que
eran las que usaban tanto la matriz como el filial, y al no localizar
suficientes , encontró en Southampton, su puerto de partida para retornar a
Bilbao, 50 camisetas con los colores rojo y blanco, que eran los de el equipo
de futbol de la ciudad y casualmente los colores de Bilbao. El Athletic las
estrenaría en enero de 1910 y el Atlético Madrid un año más tarde.
El gran científico y divulgador, Jorge Wagensberg, que por desgracia nos
ha dejado hace poco, nos recordaba, por no hablar solo de banderas y camisetas,
que un símbolo nacional argentino, como son los pantalones de los gauchos,
proceden de un pedido anulado por el ejército turco a Francia cuando la guerra
de Crimea acabó antes de lo previsto. Hablamos de 1856.
Con todo esto, ¿ qué quiero decir?. Que
demos a cada cosa la importancia que merece. Por supuesto, con respeto, pero,
desde luego, sin delirios. Sin doblegarse
pero sin imponerse. Veamos la vida no
desde la certeza absoluta sino desde la duda cartesiana. Mas que creencias
inquebrantables propiciemos el pensamiento crítico. Solo se puede tener fe en
la duda nos decía también Wagensberg.
Que nos guste nuestra ikurriña y la camiseta del Athletic no quita para que
respetemos a otras banderas u otras camisetas y a los que las puedan enarbolar,
siendo mutua la tolerancia. Pequemos mejor de escépticos que de entusiastas,
que son el germen de los dogmáticos. Hablamos de símbolos, de himnos, de
estandartes, …. y de banderas , que , ¡vaya paradoja¡, no son ni autóctonas,
sino que todas , las de los Estados consolidados, las de los que quieren tener Estado
propio, las de los equipos de la Champion , las de los equipos que descienden, resulta
que son “Made in China”. Bien es verdad,
que como el coste de la mano de obra asiática se va asimilando al occidental, estamos
volviendo a producir nosotros todo aquello que pensábamos que importándolo nos
iba a salir más barato. Aunque suene a utopía sería alentador presenciar unos
Juegos Olímpicos en el que no existiesen Estados, ni himnos, ni bandos, ni
banderizos, ni banderas, sino solo seres humanos. Emulando a Albert Camus que sugería amar al hombre
por encima de las ideas, hagámoslo con más razón por encima de las banderas.
Publicado en Deia el 28 de junio de 2018
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