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Que la queja no nos ciegue












Estamos en tiempos complejos. Ante la situación de pandemia, no seré yo quien me ponga negacionista; las evidencias son contundentes y además debemos ser rotundos para paralizar su propagación.  Tampoco daré alas a las tesis conspirativas; el virus ha podido surgir por mil razones diferentes, pero no hay pruebas concluyentes de ningún origen. Y no voy a usar el fácil recurso – aunque entre ellos no cesan de utilizarlo - de criticar la gestión a los gobiernos del mundo entero -estatales, autonómicos o locales- ni a la Organización Mundial de la Salud ya que a todos pilló por sorpresa y sin estar preparados (estas sí son cuestiones censurables). El caso es que tenemos un grave problema y desde luego, lo primero que hay que hacer es solucionarlo, con equilibrio entre la salud y la economía y, sobre todo, con mucha -muchísima más de la actual- responsabilidad por parte de todos.

 Se entiende, eso sí, que nos quejemos, que nos quejemos todos y de todos y que hasta nos cabreemos. Hay además situaciones desesperadas: quedarse sin ingresos, sin trabajo, sin negocio, sin ahorros y lo más grave perder la vida, y, por tanto, se comprenden, en este caso, las peticiones de ayuda y socorro. Pero lo que sí quiero, por mi parte, es poner el foco – con intención de crítica constructiva- sobre una actitud, creo que, por desgracia generalizada, de queja constante, de lloriqueo permanente, de exagerar el tono , las formas y el fondo, que en primera instancia se ha realizado desde las instituciones políticas y se transmite y contagia sin ninguna dificultad, ya que para esto nadie usa mascarilla ni distancia física, a muchos de los estamentos sociales, agrupaciones profesionales, empresariales, sindicales, … y en general a buena parte de la sociedad. Bien es cierto que el que no llora no mama, pero también nos decía Baltasar Gracián La queja siempre desacredita. Sirve para atraer el odio más que la compasión en quien la oye”. Además, hemos decidido creer que el maná del cielo que nos va a llover – en este caso, de las instituciones europeas- es gratis et amore  y que hay que enganchar lo que se pueda; ya nos quejaremos en función de lo que nos toque.

 El problema es la actitud – hasta de los gobiernos- de falta de coraje, de  inexistencia de espíritu positivo, de no intentar ver -para llenarla un poco más - la botella medio llena, de falta de iniciativa, de carencia de ideas , de no realizar – esa impresión da- planes de contingencia (con adecuación, es decir minoración, de estructuras y presupuestos ) para la propia Administración sea esta local, provincial, autonómica, estatal o europea, cuando lo han hecho de una forma u otra las empresas, los comercios y hasta los particulares.  

Lo que si tocaría – para no sólo quejarse y aunque suene a utópico- es aprovechar la situación para adecuar la Administración (a todos los niveles) a las necesidades reales de la sociedad, apoyar al comercio local, a la industria propia, a los autónomos y Pymes, a la innovación ( no sólo tecnológica), a la investigación ( no precisamente a la militar), a un desarrollo sostenible y limitado, a no descuidar la educación y la sanidad (en medios técnicos y humanos, que no nos quedemos sólo con los aplausos) e implementar una estrategia de cooperación global, holística y coordinada para la gobernanza mundial con al menos tres ejes: medio ambiental (ecología, emergencia climática, control de pandemias, urbanismo, agricultura…), cultural (educación, formación, profundización en valores humanistas, disrupción tecnológica,…) y económico-fiscal (minoración de desigualdades territoriales y personales , eliminación de paraísos fiscales, coto a la financiarización de la economía,…).

 Más que conductas plañideras -entendibles en algunos casos- nos conviene tener actitudes responsables y proactivas. Sobran negacionistas -afortunadamente son pocos, aunque algunos poderosos- y nos falta más crítica constructiva y sentido común. Sobran conspirativistas -siempre hay un porcentaje pequeño de paranoicos en las sociedades- y nos falta más colaboración y creatividad. Sobran conductas irresponsables -algunos jóvenes piensan equivocadamente que esto no va con ellos- y nos falta más solidaridad y comunicación. Está bien el desahogo -puntual y coyuntural- pero hay que acompañarlo de planes de acción. Nos sobran quejas y nos falta ponernos manos a la obra. Empezando por los gobiernos -son los que tienen que dar ejemplo, liderar el proceso y dejar de criticarse- y siguiendo, en la medida de lo posible, por la sociedad que haya tenido la fortuna de sobrevivir. Quejémonos lo justo y necesario -hoy tenemos estos problemas, mañana serán otros-, pero sobre todo no dejemos de encarar el futuro, mirar para adelante, reinventarnos continuamente.   

Mikel Etxebarria Dobaran

Publicado en EC El Correo y el Diario Vasco, el 27 de agosto de 2020

https://www.elcorreo.com/opinion/queja-ciegue-20200827220508-nt.html







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