Estoy un
poco alucinado. Mis nietos acaban de firmar un contrato entre ellos. Uno tiene
ocho años y el otro tiene tres. El texto del contrato - escrito a mano por el
mayor- dice: “ Si me hago daño no me quejaré”; aunque el “hago”, quizás para
dar verosimilitud al tema o porque está escrito en castellano, está sin “h”. Y lo han firmado los dos, de puño y
letra.
El motivo es
que van a hacer unas luchas - combates le llaman- entre ellos o mejor dicho entre
sus personajes de disfraces de Carnaval, Yokusoku y Spiderman.
Ha sido idea
suya. No sé en qué se han inspirado. No creo que hayan leído a Rousseau
y su “contrato social” ni oído hablar a Marx (Groucho, no Carlos) de "la parte contratante de la primera parte", pero me ha resultado curioso que desde tan tierna infancia,
sean capaces de dominar las tecnologías (son los que me explican el
funcionamiento del móvil cuando lo cambio), realizar juegos físicos acordes -por
desgracia- a los tiempos guerreros
actuales y ser capaces de interiorizar las complejidades del mundo adulto al
considerar que no basta con la palabra - a pesar, de su ascendencia vasca-😉 y que deben
firmar un contrato escrito.
Sólo falta
que lo quieran elevar a público, pasando por el Notario e inscribiéndolo en el
Registro. Para rizar el rizo tendrían que hacer un Seguro de Responsabilidad
Civil. Y, que conste que no les quiero dar ideas ya que afortunadamente no
están suscritos al blog.
La duda que
me asalta es si cara al futuro se decantarán por la abogacía, la filosofía o la
lucha libre, ocupaciones que -por desgracia- no tienen fácil empleabilidad
ni en el presente ni en el futuro. Al menos, resulta positivo su espíritu
emprendedor y eso siempre genera expectativas.
Ya os
habréis dado cuenta de que el título no es porque el contrato sea pueril o
insignificante, sino por estar realizado por niños muy lejos de su mayoría de
edad. Todos los días se aprende algo, muchas veces de donde menos se espera. ¡Y
lo que nos queda por aprender¡.
MED
A trece de febrero de 2023
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