Los partidos deberían ocuparse más de los problemas reales de los ciudadanos que de enzarzarse en disputas bizantinas con argumentos de brocha gorda.
Estamos
inmersos en la realización de varias transiciones: la demográfico-social, la digital-cibernética
y la energético-ambiental. La dirigen políticos desde las instituciones
públicas. Pero da la impresión de que no se han apercibido que también es
necesaria otra transición: la suya propia, la política. Y no me refiero a una
transición como la del 78, a la que ahora invocamos a menudo, bien para
criticarla o bien para ensalzarla y que contribuyó al cambio de régimen, de una
dictadura a una democracia. Me refiero a otro tipo de transición, a una que logre
que el objetivo de los partidos políticos no sea tanto detentar el poder sino,
sobre todo, intentar -aunque se esté en la oposición- solventar los problemas
de los ciudadanos. En la gestión empresarial se argumenta, hoy en día, que no
es un buen líder quien no sabe servir. Sin embargo, en la política, parece que
lo que prima es la lucha y el enfrentamiento, la brocha gorda y la mala
educación. No obstante, como entramos en fechas festivas y navideñas, vamos a
tratar de no ser excesivamente duros con la, por otra parte, necesaria clase
política.
Los partidos
políticos, tras las elecciones, tienen la costumbre de decir que han entendido el
mensaje - emitido a través de los votos- que les envían los ciudadanos. Además,
algunos, con buena intención, ponen en marcha procesos de escucha… en los que,
por desgracia normalmente, vuelven a oírse solo a sí mismos.
Deberían
saber que, en general, a los ciudadanos de a pie nos interesan las cosas
cercanas, como tener salud para poder afrontar la existencia de la mejor manera
posible, disponer de un empleo que nos permita vivir decentemente, y tener amor
y cariño para poder darlo y recibirlo de nuestros seres queridos. Salud, dinero
y amor; como decía la famosa canción. Y si tenemos la fortuna de tener
solventadas estas cuestiones básicas, podemos pensar en otras más espirituales,
como enriquecernos culturalmente, disfrutar del ocio, contribuir a mejorar la
sociedad en que vivimos,…
Los
políticos, en cambio, parece que están en otra onda. No confían en que si no
están ellos en el poder el mundo funcione. Y por ello pelean, tanto dentro como
fuera de los partidos, y a veces con malas artes, para imponerse, cuando lo que
deberían hacer es ocuparse de los problemas reales de los ciudadanos. No de
discusiones bizantinas. Y además con respeto y educación. Hay quien dice que
hablan (insultan) como si estuviesen en barras de bar; les aseguro que nunca he
sido testigo en ningún bar de tanta bajeza moral. Tienen que preocuparse de cómo
le va a la gente, si tienen trabajo, si teniendo cobran lo suficiente, de si la
evolución del euribor les permite pagar los préstamos, de si la subida del IPC les
permite comprar como antes, de si los jóvenes se pueden emancipar, de las repercusiones
de la llamada inteligencia artificial, del cambio climático, de la alarmante pérdida
de humanismo en el mundo ( las ya terribles guerras se han transformado en genocidios
y no pasa nada)…
Resulta
llamativa la poca querencia de los políticos por la mesura. En el Estado la
derecha mira a su derecha para gobernar y la izquierda a su izquierda y a todo
lo que se mueve. Es curioso, porque, por una parte, estamos en un mundo donde
las diferencias ideológicas derecha-izquierda han quedado muy desdibujadas y lo
que hay es un ascenso de los populismos. Y, sin embargo, prefieren, unos y
otros, dejarse enredar por sus minoritarios extremos.
No se les
ocurre proponer, que para acceder a cargos políticos relevantes se pase un
examen de idoneidad tanto técnico como psicológico; ni que prime la educación y
el respeto al adversario, ya que lo cortés no quita lo valiente; ni que las listas
sean abiertas; ni que exista limitación temporal en los cargos; ni que su democracia
interna sea de abajo a arriba; ni que sus cuentas estén claras. Recuerdo que la
Ley de Blanqueo de Capitales se aprobó por unanimidad en el Congreso, pero,
quizás por un descuido, no incluyó a los partidos políticos como sujetos a
ella.
En
definitiva, la necesaria transición política debería perseverar en las virtudes
de la democracia y en el respeto al ciudadano, al adversario y a las
instituciones, centrándose en: 1) Servir antes que servirse 2) Escuchar para mejorar
3) Reconocer los errores 4) No buscar el poder a cualquier precio 5) Cambiar de
actitudes más que de caras 6) Colaborar antes que competir 7) Buscar soluciones
a los problemas en lugar de problemas a las soluciones 8) No dejar a nadie en
la estacada 9) No pensar que se es imprescindible 10) Tener visión de futuro.
Por último, y
siguiendo con mi particular utopía, soy de los que prefiere, cuando llegan los
vientos del cambio y recordando un conocido proverbio chino, antes que levantar
muros, construir molinos de viento.
Mikel
Etxebarria Dobaran
Publicado en diarios del Grupo Vocento (El Correo, Diario Vasco,..) el 19 de diciembre de 2023
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