Últimamente se
nombran demasiado las guerras.”Izena badu, ba da” (lo que tiene nombre, es;
es decir, existe) es un proverbio en euskera. Como mi intención es ser crítico con
las guerras, con cualquiera de ellas, con sus promotores y con sus
beneficiarios, ruego me disculpen que trate del tema.
El escritor austríaco
Stefan Zweig en su inigualable autobiografía “El mundo de ayer”, nos
narraba la inusitada alegría, el repentino entusiasmo de los jóvenes y de él
mismo en 1914 por entrar en guerra, ya que sentían que participaban en la historia
universal y que podían llegar a ser héroes. También nos añade que ya en 1939,
en una guerra mundial más ideológica y tras la traumática experiencia de la
anterior, la atmósfera fue completamente diferente.
En el no
fallido golpe de Estado de 1981- mi tesis es que provocó una gran involución
democrática -, en el que tuve el “privilegio” de participar al estar realizando
la mili en la región militar del Levante bajo la jurisdicción del capitán
general golpista Miláns del Bosch, pude comprobar, in situ y en persona,
el ardor guerrero, las ganas de marcha, el repentino entusiasmo, la exaltación
patriótica no ya solo de los mandos militares, sino de parte de la tropa, junto
al pasotismo de la mayoría y la preocupación de la minoría.
Lo curioso
de los fervores guerreros es que los que deciden declarar o participar en
guerras, no dan, en general, nunca la cara; lo hacen desde la retaguardia.
Envían al matadero a la plebe, al pueblo llano, a los pringados, a la carne de
cañón (nunca mejor dicho); y ellos y sus allegados, a poder ser, lejos de la
zona de conflicto. Todos conocemos, no hace falta citar nombres, a aguerridos
voceros entusiastas de guerras y conflictos, que han buscado enchufismos o
declarado tener los pies planos hasta para librarse del servicio militar.
Valientes de opereta.
Dicen que los
lideres guerreros antiguos daban la cara. No obstante, vayan ustedes a saber ya
que, por ejemplo, en el caso de Julio Cesar - como Trump
sus tuits -, era él mismo quién escribía los “ Comentarios a la Guerra de las Galias” y
Napoleón, utilizando seudónimos, narraba a su mayor gloria sus propias
batallas.
Incluso por
estos lares hemos tenido a quien, mientras ordenaba a sus comandos atentados y
extorsiones, lo hacía teletrabajando desde casa y dedicándose a escribir poesía,
en este caso no era un arma cargada de futuro (como señalaba Gabriel Celaya)
sino de miseria, destrucción y muerte.
En estos
momentos abundan las guerras en el mundo. Hay más de veinte, aunque algunas más
mediáticas que otras, y en muchos casos propiciadas por invasiones. Quizás,
como los clásicos, convenga preguntarse, “cui prodest ?” ( ¿a quién benefician?).
No a los que las sufren y padecen. Sí, en cambio, a los que viven de fabricar
armamento, de mantener vivos los conflictos, de proporcionar armas de
destrucción masiva que asesinan a inocentes y de dedicarse “altruistamente” a
la reconstrucción de las infraestructuras destruidas. Negocio tan inhumano como
fructífero.
Sé que es
más fácil decirlo que hacerlo - porque ni tan siquiera yo lo hice-, pero
deberíamos, salvo que nos invadan y no nos quede otra que defendernos, declararnos
objetores de conciencia. Que se peleen los que deciden los conflictos y a los
que les vaya la marcha militar. Que se encierren en un ring y que estén hasta
que alguien caiga o fenezca y que nos dejen al resto del mundo en paz.
En el fondo,
y poniendo en una balanza la vida de las personas, ¿ qué importancia tiene
donde estén con exactitud las líneas de separación, las fronteras, de los
Estados? . Todas son inventadas. Nadie es el propietario de las riquezas de un
país, de sus minerales raros, de sus pozos petrolíferos, de sus mares y
montañas. Su titular real es la Humanidad. Y nadie es Dios para decidir sobre
la vida de la gente.
Lo que
queremos las personas de a pie es vivir en paz, con nuestra familia, criar a
nuestros hijos y a nuestros nietos, transmitirles valores de solidaridad, de
fraternidad, de respeto, de educación y de cultura. Queremos tener un trabajo
digno que nos permita junto a otros seres humanos ganarnos la vida. No queremos
enfrentamientos, que son siempre egoístas y miserables.
Esto no va de ideologías, de derechas o de izquierdas. Ni de religiones, ni de civilizaciones. Ni de mera defensa ante las agresiones, que son una excusa falsa o una engañosa “razón de Estado”, como diría Kant, que ahora habría cumplido 300 años. Va de personas. Va de humanismo. No a las guerras actuales y futuras. Que se vayan todos los que las promueven o defienden al carajo. Hay quien, mientras envía a su embajador a lisonjear al nuevo zar, sugiere enviar tropas a Ucrania, “seguramente” con él al frente. A las guerras no van sus promotores. Las guerras son siempre de los otros; es decir, de nosotros.
Mikel Etxebarria Dobaran
Publicado en El Correo el 2 de junio y diarios del Grupo Vocento el 3 de junio de 2024
https://www.elcorreo.com/opinion/tribunas/mikel-etxebarria-dobaran-guerras-20240602000107-nt.html
https://www.diariovasco.com/opinion/mikel-etxebarria-dobaran-guerras-20240603070322-nt.html
Hola Amigo.
ResponderEliminarMaestro
La montaña mágica termina en ese sendero de gloria donde las alas de las mariposas
( Tximeletas ) eran empujadas a camiones o cunetas.
Vida hay una,
He conocido personas de la guerra mi abuelo y aitite y una tia encarcelada injusta y cruelmente por Franco.
El privilegio del arte humano de la vida:
" es sentir ese palpar amigo enseñante tan primigenio, autentico que recibe un nombre".
Buen amigo te envió un abrazo
Muchas gracias Gonzalo. Abundando en tu comentario, en agosto de 2019 publiqué un artículo en prensa, que se encuentra recogido en este blog, basado en la "Montaña Mágica" de Thomas Mann. Y para tu curiosidad y la de los que nos siguen, recuerdo que Elisabeth Mann, hija del premio Nobel de Literatura, y ella misma una científica de primer nivel, fue en el año 1968 una de las fundadoras del Club de Roma. Un apretón de manos
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